Las motos y yo
Sólo para masoquistas, estáis avisados.
Cuando yo era niño, allá por los años 70 del siglo pasado, sólo los niños de papá podían tener moto. No había mucho donde elegir y la moda imponía motos de motocross. Montesa y Bultaco eran las reinas en ese tipo. En motos de carretera estaban las Ducati 250 y las reinas de las carreteras, las Sanglas 400 que llevaba la Guardia civil. Estas últimas tenían un sólo cilindro enorme de 400 cc que emitía un ruído de bum, bum, bum, que te permitía contar mentalmente los escapes… eran increíbles.
Mi compañero de pupitre, hijo de un comerciante
local de pro, tenía una Cota 75 de Montesa. Era la envidia de toda la
clase y la mía también, por supuesto. A los 18, con las primeras pelas
que gané en mi vida fuera de la autoridad paterna, me compré el
ciclomotor más barato que había: una Mobilette de color naranja y
asiento triangular que me prestó muy buen servicio durante unos años.
Exactamente como éste
Luego en pleno desoriente de la juventud, cuando no tienes claro qué
quieres hacer con tu vida y sí lo que no quieres hacer, surgió en mí un
sueño símbolo absoluto de libertad: Largarme de mi ciudad, encontrar
trabajo en Valladolid (saludos Burbu), ciudad que me había enamorado en
un viaje, y comprarme una Sanglas 400 verde (no sé por qué verde, pero
era verde).
La soñada y nunca manifestada
Aquella moto que nunca tuve se convirtió en un
objetivo, débil e inmaduro, pero objetivo al fin y al cabo, un punto
focal, una meta donde dirigir mis esfuerzos y me ayudó a salir de aquél
bache. Luego apareció mi costi en mi vida, encontré trabajo en mi
ciudad, me casé, engordé, tuve hijos… Vivir se convirtió en algo urgente
que dejaba poco espacio para soñar, siempre había un plazo que pagar,
un niño que atender, una factura, un horario…
Pero todos esos
años me mantuve fiel a las motos. La lata para mi costi. Yo me he movido
siempre en ciclomotores, cada vez más potentes y bonitos Mobilette,
Vespino, Derbi, Peugeot… Durante todos estos años ir a trabajar ha sido
un placer, el aire por la mañana, el sortear a los enlatados encerrados
en sus latas con la radio contándoles muertos y el cigarro envenenando
su aire… un placer.
Pero los niños crecen y empiezan a abandonar
el nido dejando un hueco enorme en tu cuenta corriente, en tu casa y en
tu tiempo… y de pronto me encontré soñando otra vez. Por las tardes en
el silencio de mi casa podía oír, si prestaba atención, el bum, bum, bum
del motor de aquella Sanglas. Un día me encontré solo, gordo, canoso y
ante el declive de mi vida. Me dije muy serio la siguiente reflexión
filosófica: ¿Pero qué coño?
Y aquí me tenéis, rugiendo por estas
carreteras de dios abrazado a mi Shadow, bailando pavanas con ella en
los semáforos de mi ciudad y dando la paliza en Internet a un grupo de
zumbaos que, como yo, un día soñaron con ese anhelo de libertad que te
sacan, de no sé qué rincón del alma, las motos.
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