Nada de almejas, por favor.
Sobre la moto sólo almas grandes, gracias.
En el fondo marino hay unas especies de almejas que durante generaciones nacen se reproducen y mueren sobre el frío y oscuro barro marino en completa soledad. Se le puede llamar vida, sí. Pero nosotros no somos almejas… Nuestra vida consiste básicamente en establecer relaciones con los demás.
Ser es estar relacionado y la profundidad y
calidad de tales relaciones nos define de una manera evidente. Como
dice el refrán “Dime con quien andas…”
Internet y la moto me ha abierto un
nuevo modo, un nuevo campo donde establecer tales relaciones, donde
definirnos unos a otros. Es una nueva manera de ser que aún no tengo del
todo controlada. A éste respecto tengo un puñado de preguntas que no
termino de contestarme a mí mismo:
¿Cómo puede uno establecer relaciones de una intensidad tal con gente a la que apenas, o nunca, ha visto en persona?
¿Esas
sensaciones son reales? ¿Son de verdad vínculos entre nosotros o son
simplemente proyecciones de mi hambre de relacionarme, de ser?
Desde
que tengo moto he establecido un montón de relaciones y sé que
muchos de vosotros estáis en el mismo caso. Desde que tengo moto he redefinido mi concepto de lo que es y debe ser la
amistad, de lo que es y debe ser la gente con la que me relaciono, la
gente que me ayuda de definirme, a ser.
La amistad es
esencialmente frágil. La pobre tiene en contra todas las circunstancias
que rodean un montón de vidas separadas en el tiempo y la distancia.
Depende de algo tan frágil y efímero como una conexión a Internet,
depende de mi humor para conectarme o no. Está a merced de
malentendidos, de calentones, de engaños, disimulos y mentiras. Tiene en
su contra la divergencia de tantas vidas distintas.
La amistad, como
el amor, se funda en la experiencia compartida, en la cantidad de vida
compartida. El tiempo no es importante, en un fin de semana se puede
vivir mucho, mucho, que lo que cuenta es la intensidad. La amistad entre moteros es intensa, cuando nos vemos es para disfrutar, es para
entregarnos lo mejor que en ese momento somos capaces de sacar de
dentro.
Algo tan frágil e intenso hay que cuidarlo, alimentarlo. Por
eso la amistad entre moteros es chula, gallarda, gallita. La
alimentamos de palabras como “para siempre”, de intenciones, de
emociones y determinación y ella se infla por encima de su debilidad y
luce sus plumas de colores sobre el gris que la rodea. Para que se
luzca, para que se crea invencible, inventamos palabras y rituales, como
los besabrazos y las birritas, como el brindar por los que están y los
que no, como el hermanarnos con un logo en una camiseta. Pero en
esencia es algo frágil y muchas veces efímero.
Cuidadla, pues. Rodeadla de vuestras mejores sonrisas, de vuestras mejores intenciones.
Es delicada y preciosa, como una pompa de jabón, y hay muchas cosas trabajando contra ella. Cuidadla pues.
Cuidadla del tiempo y su paso, del aburrimiento, de la rutina, de la mediocridad que nos rodea.
Cuidadla de los que la utilizan para otros fines más oscuros.
De las mentiras y los mentirosos.
Cuidadla de la banalidad excesiva y de la seriedad aplastante.
Hay otros sitios y otros momentos, hay otros aspectos
en nuestras vidas, más profundos, más amplios. Sitios donde nos jugamos
el pellejo, ocasiones donde ponemos toda la carne en el asador: la
familia, el trabajo… Frente a todo eso tenemos esta pequeña y brillante
parcela de nosotros que por algún misterio de la tecnología nos ha sido
dado compartir.
Cuidadla pues, recordad que lo que aquí hacemos nos define, que nos refuerza en un montón de cosas, de sentimientos, de situaciones y personas que al menos yo no quiero perder nunca.
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