Valles


 

Después de la lata que di en su día con el viaje a la Silent Route (¿Por qué diablos está en inglés?) creo que os debo una pequeña reseña de lo que ocurrió en ese viaje. Nada más volver a casa no me apetecía escribir sobre el tema y luego llegó la Navidad con la casa llena de invitados y las pertinentes fiestas de guardar. Ahora ya han pasado un par de meses y, digerido el asunto, ahí va el relato:

El plan de viaje parecía perfecto. En los telediarios los hombres del tiempo me daban un margen de dos días secos antes de que llegaran "unas lluvias persistentes en Galicia y ligeros chubascos por el norte". Perfecto también.

El primer día todo rueda según lo previsto. Albacete-Teruel. Un viaje bastante cómo y bonito. Un pequeño retraso en la salida me hace llegar ya de noche pero sin problemas. Cena, Hotel y a dormir pronto que mañana hay que salir con las primeras luces.

Amanece un día nublado pero seco en Teruel. Genial. A las 8 de la mañana enciendo el motor de la V-Strom. Los primeros kilómetros perfectos, un paisaje precioso según sales de Teruel y empiezas a subir y subir. En llegando a cierto punto veo un cartel en forma de flecha que indica "Vestigios de la guerra civil".

Me da mal rollo. Pienso: "Aquí voy yo a disfrutar donde la gente se mataba". No pasa nada. Continúo. Tras unos kilómetros, a unos 50 metros a la izquierda de la carretera veo a no menos de cien buitres dando vueltas sobre algo que había en el suelo. Imagino que será uno de esos sitios donde les dan de comer para preservar la especie o algo así... pero también me da mal rollo.

Y de repente entro en una niebla absolutamente demencial. No veo nada más allá de la siguiente raya de la línea discontinua. Nada. Eso sí que me da mal rollo de verdad. Continúo a velocidad de caracol y totalmente a ciegas durante no menos de 10 kilómetros y no veo ni un sólo signo de que eso vaya a despejar. 

Un camión grúa, de los que llamas cuando te has caído y te llevan la moto o el coche al taller, me adelanta sin que yo hubiese advertido que venía por detrás, dándome un susto respetable. Lleva no menos del doble de mi velocidad y el acompañante me mira fijamente mientras pasan a mi lado.

El mal rollo se me multiplica por mucho. ¿Qué cojones hago aquí en medio de la nada sin ver nada? ¿Qué viaje es éste que busca placer y bellos paisajes y sólo encuentra miedo y niebla? Me paro y hago recuento mientras la precaución del angelito y la rabia del demoniete se pelean dentro de mi casco. Al final gana el angelito. Me doy la vuelta y vuelvo al hotel menos de tres horas después de haber salido de él.

Al llegar a la habitación me miro al espejo del baño que tiene una luz amarilla cenital y totalmente cruda que subraya cada arruga, cada bolsa bajo los ojos, cada cana de la barba. Me entra la depre. ¿A quién quieres engañar, viejo derrotado? ¿Qué magia creías que te iba a dar la moto? Me tumbo en la cama, saco mi amado e-book y hago todo lo posible por internarme en los fantásticos mundos de las novelas de Joe Abercrombie mientras imágenes de niebla, buitres y más niebla aún rebotan por el fondo de mis ojos.

Decido que al diablo con el viaje y al diablo con todo. Mañana con la luz me vuelvo a mi casa y vendo la moto. Consigo dormirme pronto... y me despierto a las cuatro de la mañana dando vueltas al asunto. Nope. No me rindo. Esto no ha salido, vale, pero la pataleta no finaliza aquí. Nada de casa ni de ventas. Mañana a las 8 saldré para Coín, en Málaga, a ver a mi niño. Mejor aún: ¿Por qué esperar a las 8?

Me levanto. Las cinco menos cuarto. Perfecto, cuanto más viaje de noche antes del amanecer menos viajaré de noche al atardecer. A las 6 en punto arranco la V-Strom y me pongo en marcha. Es una noche oscura porque está todo nublado, pero de momento las previsiones se cumplen y no ha caído ni una gota.

Según llego a la provincia de Cuenca vuelve a aparecer una niebla endiablada. Ahora no hay marcha atrás. Continúo por las, de momento, vacías carreteras a la velocidad que me atrevo y al final la niebla despeja... porque empieza a llover. Prefiero la lluvia a la niebla. Aunque no tengo traje de agua y los pantalones son unos vaqueros de moto, no me molesta la lluvia. 

Esto se mantiene mientras atravieso la provincia de Cuenca y llego a las llanuras manchegas. Allí, con las rectas infinitas, se puede ir algo más rápido y te vas secando a medida que te vas mojando, con lo que no alcanzo el nivel de "estar hecho una sopa" en ningún momento. 

Paro en Puertollano a comer y ahí es donde los hombres del tiempo me traicionan. Saliendo del restaurante llueve de verdad. Una lluvia espesa y homogénea, con pinta de durar todo el día es lo que me espera y lo que encuentro durante casi todo el camino.

No recuerdo si antes o después de Puertollano, la lluvia cede durante unos minutos y justo en ese momento mi moto alcanza, tras unos kilómetros de monte bajo, una elevación que ofrece al ser culminada una vista preciosa de un valle enorme. El fondo es totalmente plano y se puede ver cómo la carretera por la que voy la atraviesa como una flecha. Al fondo a la izquierda, al otro lado, unos bancos de niebla tan espesos como los de Cuenca, en el centro brilla una franja de sol blanco precioso que es el único sol que veré ese día y a la derecha un arco iris perfecto y detrás nubes oscuras y lluvia. Toda la gama posible reunida en una sola foto. Es una visión maravillosa que me compensa de casi todo lo recorrido durante el día.

Pero la lluvia me ha retrasado y se me hace de noche entrando en Andalucía. El Google Maps me echa por carreteras cada vez más estrechas y reviradas en una lluvia, ahora sí, intensa. Me pongo hecho una sopa. Por primera vez en mi vida tengo la sensación de que los pies me chapotean dentro de las botas al cambiar de marcha o frenar. Mientras voy solo bien. Los tractores y camiones han llenado estas carreterillas de pegotes de barro y rodadas sucias, pero es algo que más o menos puedes prever y evitar. No problema serio. Sin embargo, si hay tráfico en contra cada una de las gotitas de la visera se convierte en una luz que deslumbra y te deja ciego. Ahí utilizo la fe y simplemente apunto a la derecha de las luces del coche rezando para que haya carretera limpia... o simplemente carretera.

A unos 50 kilómetros de Coín, la carreterilla agrícola pasa a ser "Carretera Como Dios Manda", con arcén, asfalto limpio, carriles anchos y curvas suaves y enlazadas y sin tráfico. Además ha dejado de llover. Dejo que la moto empiece a bailar con ella. Dejo que el vaivén me absorba, que la noche me bese y ese se convierte para mí en el momento de redención: Son casi las 9 de la noche, llevo sobre la moto desde las 6 de la mañana, excepto comida y repostajes. He pasado un miedo feroz con las nieblas, estoy hecho una sopa con la lluvia, llevo horas escaneando pellas de barro... y estoy disfrutando inmensamente del corto tramo que me ha sido dado en estos momentos. ¿Será que esto de la moto sí es lo mío? ¿Será que aún no estoy lo viejo y derrotado que el maldito espejo del hotel me decía?

Con este subidón llego a Coín, y me encuentro con mi hijo. El pobre tenía cierta ilusión de que diésemos algún paseo con las motos por la zona, pero yo vengo bastante saciado de moto después de quince horas y media subido en ella y, además, no deja de llover los tres días siguientes y mi ropa de moto necesita secarse. Es decir que no toco la moto hasta el regreso.

El día del regreso llovía en Coín y así se mantuvo hasta Puertollano. Repetí a la inversa el camino de ida y, paradójicamente, pasé mucho más miedo de día que de noche. De noche sólo podía ver los grandes pegotes de barro que habían dejado los tractores pero ahora podía ver eso y los pequeños y los charcos embarrados y las zonas donde el barro había cubierto por completo la carretera. Sin embargo la V se comportó como una campeona y, salvo un pequeñísimo derrape de atrás en una curva sin mayor importancia, no noté ninguna vacilación ni fallo en ella. Fiable y estable.

Comí en Puertollano y a la salida había dejado de llover. Volvía poner el Maps y, Oh sorpresa, de repente me mete en la autovía. Se me había olvidado establecer eso de "Evitar Autovía". Sin embargo ya no llovía. No había apenas tráfico y no me apetecía volver a salir de la autovía y reprogramar la ruta, etc. etc. 

Un timidísimo sol aparecía de vez en cuando y entonces el demoniete alzó su voz dentro del casco: "Llevas 1.200 kilómetros temiendo matarte... ¿Vas a temer ahora a una multa? ¡Que chille la moto! ¡Daleeeee!"

Una especie de salvaje libertad que no puedo ni describir ni aconsejar me invadió y volví hasta Albacete adelantando a todo el mundo en la autovía. Entre 160 y 170 todo el camino. Sólo dos Mercedes de esos bajitos y anchos me adelantaron en diferentes ocasiones. La autovía suele ser un rollo... pero ese tramo fue para mí una auténtica liberación.

Y ya no os cuento más. De cómo el teléfono se me mojó por llevarlo de GPS, de cómo el petate impermeable demostró serlo, de ropa interior chorreando, de orejas doloridas por los auriculares, etc. etc. no diré nada.

En días sucesivos lavé la moto, que falta le hacía, le engrasé la cadena y le compré una funda, que aunque está bajo techo los gatos del barrio la llenan de huellas y barro. Ahora reposa hasta que llegue el buen tiempo y se me planteen nuevos objetivos.

Salud Compañeros.

Comentarios

  1. ¡Vaaaaah!, no estás viejo, estás vintage. Un abrazo viejo amigo.

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